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lunes, 14 de febrero de 2011

POEMAS DE BLANCA ANDREU





Blanca Andreu nació en La Coruña en el año 1959 Es una importante poeta española de las últimas promociones que ya cuentan con un reconocimiento destacado de la crítica. Pasó su infancia y adolescencia en Orihuela (Provincia de Alicante), donde residía y reside su familia actualmente. Estudió en el Colegio de Jesús-María de San Agustín de Orihuela. Inició estudios de Filología en Murcia. De Orihuela se trasladó a Madrid con veinte años, con la intención de terminar sus estudios. Allí conoce al escritor Francisco Umbral, quien la introdujo en los círculos literarios madrileños.  Abandona la carrera y comienza a dedicarse a la poesía profesionalmente. En 1980 obtiene el, otrora,  importante  “Premio Adonais” con el libro De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, obra de lenguaje surrealista y que es considerada como el punto de partida de la "generación postnovísima". Posteriormente ha publicado varios poemarios más en los que se ha ido alejando del surrealismo de su primera obra. En 1985 contrajo matrimonio con el gran novelista Juan Benet. Tras la muerte de su esposo en 1993, regresa a La Coruña donde vive apartada de toda actividad pública, alternando su residencia entre La Coruña y Orihuela donde pasa largas temporadas. Los temas principales en su obra son el amor, la infancia y el paso del tiempo. Aunque sus cuatro primeras obras fueron escritas durante sus momentos de dolor, la poetisa ha declarado que éste le ha servido para evolucionar hacia una nueva etapa en la que su tendencia ha sido escribir una poesía más sencilla y profunda. Su ruptura con los novísimos no responde a un enfrentamiento generacional, algo en lo que coincide con otras autoras de la poesía española contemporánea en los años ochenta y noventa,  como Luis Castro, Almudena Guzmán o Ana Merino. En cierta forma, Blanca Andreu adelanta algunas de las características de lo que será este grupo de poetas indiferentes a las familias literarias, características como son el cuidado formal, la ausencia de referencias sociales y la disparidad de influencias incluso en un mismo autor. De su obra es menester señalar: De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, Madrid, Hiperión, 1980; Báculo de BabelMadrid, Hiperión, 1982; Capitán Elphistone, Madrid, Visor, 1988; El sueño oscuro (recopilación, en un volumen, de la poesía escrita entre 1980 y 1989), Madrid, Hiperión, 1994; La tierra transparente, Madrid, Sial, 2002; Los archivos griegos, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2010. Ha  recibido numerosos premios entre los que destacan: Premio Adonais en1980; Premio de Cuentos Gabriel Miró en 1981; Premio Mundial de Poesía Mística, Fernando Rielo en 1982; Premio Ícaro de Literatura en 1982; Premio Internacional de Poesía Laureà Mela en 2001.





[Amor de los incendios y de la perfección] 


Amor de los incendios y de la perfección, amor entre la gracia y el crimen,
como medio cristal y media viña blanca,
como vena furtiva de paloma:
sangre de ciervo antiguo que perfume
las cerraduras de la muerte.

  



[Amor mío, amor mío, mira mi boca de vitriolo] 



Amor mío, amor mío, mira mi boca de vitriolo
y mi garganta de cicuta jónica,
mira la perdiz de ala rota que carece de casa y muere
por los desiertos de tomillo de Rimbaud,
mira los árboles como nervios crispados del día
llorando agua de guadaña.

Esto es lo que yo veo en la hora lisa de abril,
también en la capilla del espejo esto veo,
y no puedo pensar en las palomas que habitan la palabra
 Alejandría
ni escribir cartas para Rilke el poeta.

 



[Así, en pretérito pluscuamperfecto y futuro absoluto]



Así, en pretérito pluscuamperfecto y futuro absoluto
voy hablando del trozo de universo que yo era,
de subcutáneas estrellas de sangre
cazadas por el ángel de la anemia
en el cielo arterial,
diciendo leucocitos del alba y rio de linfa,
o bien de lo que quise:
                                        el ligero Mediterráneo,
la prohibición de envejecer,
                                                la gavilla del sueño barbitúrico,
y sobre todo, sobre todas las cosas,
Mozart anfetamínico preámbulo de pájaros,
Mozart en ala y aeropuerto,
arco de violín
príncipe o piloto: Mozart el Músico.




CINCO POEMAS PARA ABDICAR



Cinco poemas para abdicar,
para que sean un destello terrestre en mi tránsito
mientras el vaivén de mi cuerpo me dote de viejo sueño y tenga un altar adornado, 
mientras mis ojos suspendan la aspersión del líquido más breve,
abandonen su aire lacustre y la ligereza de la lágrima cóncava en donde beben grullas
y otras zancudas con pie de bailarina,
mientras mis manos sean hangares en las salinas negras para aviones de turbios vuelos,
mientras el súcubo murciélago diga en mi oído espuma  y diga oscuridad
en las marineras negras. 

Cinco poemas para la marcha en el paisaje de sábana de hilo,
un páramo es encaje antepasado, 
iniciales bordadas hace ya tres mil días
y alguna mancha de amor.

Cinco poemas como cinco frutos cifrados
o como cinco velas para la travesía:
el primero hacia aquella a la que nadie ve en la vaga velada del lago:
un resquicio de abril para Virginia, porque amó a las mujeres.

El segundo para mi amor:
sé bien que encima de mis heridas busco la alondra de tus heridas, 
sé bien que encima de mis heridas una cigüeña pone sus huevos.
Encima de tus heridas las ramas de los nervios se han dormido
y ahora son alas, páginas, oleaje, seres verdes.

Encima de mis heridas yo descubro una tela desventurada y ocre,
rasgada de enemigos,
o una palabra emborrachada por el lacre.
Pero cuando me duerma
ya no te querré.

El tercero para la casa que cae y el álamo vihuela o jardín bello,
para el ángel que guarda a la lombriz,
para todo lo que es pueril o leve y que clava
submarinos anzuelos en los ojos adultos.

El tercero es para el corazón de la raíz
y para la cerrada tierra de los estambres,
para la lluvia seria de las siestas del norte,
mala como una institutriz. 
Dile que no se meta en los salones
y los llene de gafas estrujadas.
Ay, dile que no espante los espejos de mirada niña.

Había tres balcones sangrantes,
había tres balcones como tres heridas incurables del muro,
había tres balcones y siete temblorosos escabeles.
Ay, dile que no asuste las palabras palomas,
que no deje que vayan batiendo un aire usado con 
                                                                               alas de cuchillo.
Las palabras apátridas de mi tercer poema
que no me muerdan las mejillas
y las sonatas que yo no toqué nunca, que no cesen,
ni el pequeño cuaderno de Ana Magdalena.
Yo no dije: ¡silencio!, 
y ahora el réquiem se teje con seres y desastres consanguíneos.
Dejadme las hortensias vestidas de pupilas, con traje de mirada,
esa campana vegetal que ya no suena y llora un zumo epílogo,
y las magnolias catalejos,
y aquel sillar tan grande como el siglo más cíclope.
Yo no dije: ¡silencio!
pero me fui bebiendo vino de exilio en la boca de piedra,
bebiendo fermentado líquido migratorio,
los ramos de las tórtolas de agosto y el eco de la casa 
                                                                                  que se cae.

Veo que no sobrevive el alma alta del muro,
la espuma voladora borracha de gaviotas,
el ángel que cuidaba la cucaracha de uva y la lombriz,
ni ningún pájaro como lágrima póstuma y celeste,
ni la resina tañendo su ámbar triste,
ni tampoco las malvas, las violentas, las verdes partituras.

El cuarto es para mi amor.
Amor mío,
sé bien que no te escupirá mi sueño y que tu cuello 
                                                                         no será sajado
por el filo último de mi sueño, 
que no te insultará el hiriente corazón de mi sueño,
porque si duermo ya no te querré.
Sé bien que busco encima de mis heridas
el escorpión de oro de tus heridas.
Sé bien que encima de mis heridas sólo habita
la imagen encalada de mi muerte.
Y por eso voy a asesinar
con la virgen cuchilla barbitúrico
la muchedumbre de heroicos locos que entonan para mí 
                                                                    la pesadilla y el bostezo, 
amor mío, sin asomar por la ventana
fuegos viejos, frescas cenizas,
familias errantes de soles.

Mi amor para la imagen encalada de mi muerte,
para la cal que se come a los niños,
para mi último caballo, oro, sobre asfalto celeste y el hule
                                                                              astral de abril.
Sé bien que galoparé en negro
porque negro es el color de los sueños,
negras las manos de la intimidad,
y sin espuelas, y sin bridas,
porque las espuelas son el poder, la aberración, 
estrellas de tijera y abismo.

El quinto para mi caballo,
para cuando ya estemos sucediendo
como dos estaciones
o dos días iguales.






CINERARIO



                                                                      a Marta


I


Ahora me pregunto qué sería de aquel fuego
y de su noche, la ceniza.





II


El fuego es dios de nada, dijo el poeta, es nada
aunque a veces sople por las chimeneas
un aire alemán.





III


Ahora me pregunto qué fue de aquellos fuegos
y de su norte, la ceniza.





IV


El fuego es dios de nada -dijo el poeta- es nada
y jamás se controla por educación
o cualquier otra
sino que obra
y porfía.




V

Ahora me pregunto que será de aquel fuego
y su sepulcro, la ceniza.






DESDE IRAK



Respóndeme, político, ¿por qué
quieres desfigurar la faz del mundo?
¿Por qué quieres cortar
las cabezas azules de mis templos?
¿Por qué quieres
salpicar con mi sangre
a tu pueblo inocente?
¿No sabes que si envías
la muerte a visitarme
volverá sobre ti, boomerang en retorno?
¿Por qué quieres
matar mi casa
romper mi niño
quemar mi perro?






[Di que querías ser caballo esbelto, nombre]



Di que querías ser caballo esbelto, nombre
de algún caballo mítico,
o acaso nombre de
Tristán, y oscuro.
Dilo, caballo griego, que querías ser estatua desde hace diez mil años,
di sur, y di paloma adelfa blanca,
que habrías querido ser en tales cosas,
morirte en su substancia, ser columna.

Di que demasiadas veces
astrolabios, estrellas, el nervio de los ángeles,
vinieron a hacer música para Rilke el poeta,
no para tus rodillas o tu alma de muro.

Mientras la marihuana destila mares verdes,
habla en las recepciones con sus lágrimas verdes,
o le roba a la luz su luz más verde,
te desconoces, te desconoces.






DOS




Y casi espíritu de fuego, casi la empuñadura de una idea del fuego
aire de pájaro o espada, pero espía,
en tu interior hay ciervos y prodigios,
acaso un charco de oro.





ELPHISTONE


Es la hiedra negra, en las raíces, entre las hojas
del invierno, caídas hojas bajo la nieve, en las estrellas
del invierno, estrellas gastadas.
Yo lo recuerdo de la misma manera que el invierno
cuando con sus grandes botas pisotea la tierra,
como la sombra que divide así yo lo recuerdo
entre arbotantes y grandes maderos, en tanto el viento
escapa hacia el altar.
Yo recuerdo la luz de su fría república,
-sin duda la luna u otra materia maléfica.
Yo recuerdo su luz mientras el viento escapa
y una sombra torcida cruza hacia el altar.

Qué señor de las noches, qué guerreros, qué ausentes,
qué silencio crecido en un secreto como las ramas y
las catedrales
cuando la música de marzo tiene la verdad a sus pies.
Qué estaciones donde nada hay y ningún mensajero recuerda
aquella música lejana, aquellos ojos que brillan en la oscuridad
como dos animales vivos.
Sobre la niebla, entonces, propagaba su pensamiento
y relaciones y analogías relucían semejantes a peces,
recuerdos refulgiendo sobre el lomo del mar, huraños
pasillos de la memoria, entonces -los últimos
sentimientos, negros como la sombra en la bodega,
se saben todavía mal interpretados- qué astrolabio
y qué brújula, qué viento del noroeste
para el sombrío capitán Elphistone, para su mirada
cuando saluda a las constelaciones, el Boyero y las Cabrillas
contra el incendio de las tempestades
o bien qué mueca definitivamente fría como un hueso.
Gesto de sable pájaro, ademán de orgullo
cuando con los días contados
finges, te creces, injurias con la voz que va derecha.
Fugaces cortesías de los mares se disputan tu honor
y cierto género de noticias o silencios muy elocuentes,
espías del recuerdo las estrellas evocadoras, oleajes
de postrimerías, bendiciones, cuando
-bajo la advocación del Holandés- te desposas con el aparejo
y el viento oficiante murmura
sobre el podrido tálamo de lona
mientras que la madera entona el réquiem.






EN LA INDIA

                                                      (Loto)

-¿Quién eres tú, misteriosa
paloma vegetal de las aguas
perfumada estrella viviente?
-Cuando alza el azafrán como un monarca
su morada corona
y hace brillar su pistilo escarlata
del color de unos labios diciendo: “cosechadme”
y las lentejas de agua
y las castañas de agua
abren sus verdes ojos y pasean por el lago
yo lanzo mis raíces
a las profundidades
navego
por debajo
en un viaje de muerte
como el amor terrible
atravieso el olvido
y llego hasta la tierra sub-acuática
como a un palacio negro
y allí entro
sombrío, soberano
a comenzar mi historia
y entonces
vivo contra las aguas
desde la tierra al cielo
como el amor real
y majestuoso
subo
de la savia a la flor
y entonces soy
corazón blanco en las manos del río
soy nube anclada 
de salvajes raíces
soy el suave
cordero
de las lagunas:
la rosa de Siddhartha.




[Escucha, escúchame, nada de vidrios verdes]


Escucha, escúchame, nada de vidrios verdes o doscientos días de historia, o de libros
abiertos como heridas abiertas, o de lunas de Jonia y cosas así,
sino sólo beber yedra mala, y zarzas, y erizadas anémonas parecidas a flores.

Escucha, dime, siempre fue de este modo,
algo falta y hay que ponerle nombre,
creer en la poesía, y en la intolerancia de la poesía, y decir niña
o decir nube, adelfa,
sufrimiento,
decir desesperada vena sola, cosas así, casi reliquias, casi lejos. 

Y no es únicamente por el órgano tiempo que cesa y no cesa,
                                                        por lo crecido, para lo sonriente,
para mi soledad hecha esquina, hecha torre, hecha leve notario,
                                                                           hecha párvula muerta,
sino porque no hay otra forma más violenta de alejarse.



 

FÁBULA DE LA FUENTE Y EL CABALLO


                                                 A Beatriz de Laiglesia y Werner Aspenström



Dicen que murió un caballo.
Contaron que pasó como una sombra, que galopaba
como noticia que va corriendo
todos los días hasta la fuente -agua y sonidos blancos,
jaurías blancas y galgo crepitar-
todos los días entre la nieve y en el deshielo, sobre la
hierba de mayo, año tras año
huía de los lobos
ese caballo que ahora está muerto
atravesaba los bosques encendidos por la luna
quien lo saludaba fríamente.
Era castaño -acaso era una yegua-
ese caballo del que hablo. Nunca lo podré conocer.
Me han dicho que pasó como una sombra
que su vida no fue sino una sombra y sin embargo el caballo
era luz.
Era un caballo ateniense. En sus ojos brillab
a el fuego
de la verdad y la belleza,
pero nadie lo conoció.
Ese caballo que ahora viene vigilante hasta este poema
con los ojos agrandados por el insomnio de la muerte,
con la mirada de mi hermano y la sonrisa de fábula
a veces miraba a los hombres,
pero los hombres no sabían prestar atención a un caballo.
Ni el sabio ni el indiferente se preocuparon de indagar.
Y así el caballo pudo ir año tras año
hasta la fuente aquella y dicen
que se hicieron compañía
durante los durísimos tiempos.
No hablaban más que de sus cosas
en un lenguaje desconocido, más misterioso que el sueco
aquel caballo y aquella fuente.
La fuente era una comadre de las que todavía quedan,
vividora, aficionada
a los chismes.
El caballo era un caballero, no puede decirse otra cosa.
Dicen que galopaba como noticia que va corriendo
a propagar la prosperidad, como un mensaje
del rojo del verano.
Y nadie lo escuchó sino la fuente, nadie supo su signo
ni su símbolo,
nadie quiso saber sino la fuente de aquel caballo color hoja seca.
En el interior de un verso sueco descansa de su soledad
y ahora ha negado a este poema antes del amanecer
con grandes ojos semejantes a los de un antiguo profeta,
con ojos que no se preguntan si fue dios quien hizo la
muerte,
con grandes ojos elevados
a la categoría de potencias.
Sueño y sendero, sangre y oscuridad
que suenan como campanadas.
Hacia dónde vuelan. De su paso no queda
vestigio alguno. Y el caballo -desde la noche- mira y aprueba
no los ojos de la desapacible
sino la última luz de una brizna de hierba.




 

[Hasta nosotros la infancia de los metales raros]





                                                                                 Corónate, juventud, de una hoja más aguda
                                                                                                                                Saint-John Perse


Hasta nosotros la infancia de los metales raros,
la muchedumbre de la plata que nos pudre en su espuma,
su larga espuma larga como una cinta que naciera en un
          cuaderno de Back el Joven
Y viniera a morir aquí,
en las aves que anidan en los discos,
mientras Rainer María ya no es tan joven como en la
          página 38,
no es ni siquiera un joven muerto,
un infante difunto sin pavana,
y yo lo sé,
y no desfallecemos entre sexos cerrados como libros
          cerrados,
pero desfallecemos,
yo me desmayo,
tú te desvaneces,
él siente un ligero mareo sin llegar a la náusea
escrita o no escrita.
Ay, bostezamos ante tazas de azul de metileno,
aspiramos con aire distante el amoníaco,
nos hastiamos frente al alto sonido del vitriolo,
nos coronamos de veronal,
pues no encontramos hoja más aguda.

Mi hermano busca el cetro de mil alas de Heliogábalo,
aquellos niños prefieren la tiara papel,
y estos pequeños cíclopes enfermos del pulmón
que bajan de autobuses o de la marihuana,
y son hermosos como hermafroditas,
se coronan con cipreses de silos color vino:
no han encontrado un árbol más agudo.
Pero qué más da, el vaivén de sus cuerpos es vano y
           terrible,
y en absoluto excesiva la droga seria que se teje en la
           sangre,
las inyecciones de grave savia,
el hierro y el mercurio en las arterias haciendo de
           armadura y filtro,
el casco negro y la zarza negra de ningún caballero andante.

Como en mi medieval historia,
cuando ardían las piedras colegiales
para las brechas en la frente
y el cuerpo me dotaba de opio recién nacido,
la hora propia nos confunde,
nos hace himnos o hijos del antiguo caballo mitológico
y de una niña triste con la vena extendida,
de una aguja levantada por nieve increíble,
por amarillo de palomas persas:
                                           hablemos de los caballos padres,
hagamos alusión a los cascos secretos que nos darán la paz
y a las bridas ningunas,
a las futuras crines delicadamente angustiadas,
hablemos de los caballos padres que nos traerán la
        muerte y de la luna de anfetamina,
hablemos de la vena madre que nos traerá la dicha del fin,
hablemos de la virgen bebida extrema,

no hablemos sino del litoral y las vertientes de la locura
que posee a los hombres en los parques y ordena,

sino del puñalito que coronará la arteria coronaria como
         diadema suma
con la hoja infantil del metal más raro y más agudo del
         mundo.

 


MARINA




Te he visto, océano
te he galopado
a lomos de un violín 
de madera pulida
de un potro alabeado
del color del cerezo 
y eras, océano
un prado
de hierba azul
en movimiento.

Como si fueras
el propio olvido
te he visitado
océano
emperador de las aguas
espejo profundo del cielo
y he visto en tus eternas barbas de espuma
cereales azules y flores del silencio.




O MAR PROFUNDO




Vi un sembrado celeste
hecho de cristal vivo
parecía una pradera de zafiros
de tréboles azules y violetas .
Debajo de su tierra transparente
latía un resplandor
de prodigiosos peces
de delfines
que ríen
sobre el vano de la ola
un silencio de flores
que en lo secreto bailan.






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