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viernes, 5 de marzo de 2010

POEMAS DE MANUEL ALTOLAGUIRRE




Nació en Málaga en 1905 y murió en San Sebastián en 1959. Gran difusor de las nuevas promociones de su tiempo, fue, a la vez, editor y director de algunas revistas literarias de gran prestigio antes y durante la guerra civil. Entre éstas cabe destacar “Ambos” (1922), “Litoral” (1926-1929, junto a Emilio Prados), y “Caballo verde para la poesía” (1936, junto a Pablo Neruda, quien fue su director). En París y Londres dirigió, respectivamente, las revistas “Poesía (1934-1935) y “1616”. En 1933 obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Durante la guerra civil tuvo a su cargo la impresión de la magnífica revista “Hora de España” y supervisó las ediciones “Héroe”. De su obra poética es imprescindible destacar: Las islas invitadas (1926) Ejemplo (1927), Nube Temporal (1939), Fin de un amor (1949) Poemas en América (1955), Poesías completas (1960), Vida poética (1962) y Nuevos poemas de las islas invitadas (1963).


CERRÉ CON LLAVE EL ROSTRO

Cerré con llave el rostro,
cofre de lo indecible,
permaneciendo inmóvil,
indiferente al aire.


Y quedé reclinado,
hermético, interior,
de tactos, luz y música,
olvidado y ausente.




CAMPO ARRASADO POR LA GUERRA


¿Dónde están los recuerdos si has quedado
como un desierto olvido, tú que eras
vergel o bosque, campo de batalla?
Si hay ojos que te vieron, que guardaron
la imagen de tu muerte, tu ruina,
derramen su memoria en tus arenas:
sangre, metal y fuego confundidos.
Escenario de muerte condenado
a no gozar futuras primaveras
al menos reproduce la agonía
de tanta juventud sacrificada.
Infantes y jinetes corredores
como nubes de sangre mal heridas,
entre el cielo y la tierra se dividen
para que brille el sol de la victoria.
Y ya no están. La luz que defendieron
apenas si ilumina los rescoldos
de un temporal, eterno, destruido.
Muerte, olvido de muerte, sin un árbol,
desierta la llanura, claro el cielo,
el sol sin hijos luce como el llanto
y el pecho de la tierra no respira.
Memoria: labra en aire las figuras
de los enardecidos combatientes
y las antiguas frondas sean rivales
de este recuerdo en tan desierto olvido.




ARENGA


Madrid, capital de Europa,
eje de la lucha obrera,
tantos ojos hoy te miran
que debes estar de fiesta;
vístete con tus hazañas,
adórnate con proezas,
sea tu canto el más valiente,
sean tus luchas las más bellas.


Cuando una ciudad gloriosa
ante el mundo así se eleva,
debe cuidar su atavío,
debe mostrar que en sus venas
tiene sangre, que hasta el rostro
no subirá con vergüenza,
sí con la fiebre que da
el vigor en la contienda.


Madrid, te muerden las faldas
carnes de mala ralea,
vuelan los cuervos que vomitan
sucia metralla extranjera.
Lucha alegre, lucha, vence,
envuélvete en tu bandera.
Te están mirando, te miran,
que no te olviden con pena.




MADRID, 1937


Horizonte de guerra, cuyas luces,
cuyas aureolas repentinas, breves,
cuyas fugaces albas, salvas, fuegos,
multiplican la muerte interminable.
Aquí en Madrid, de noche, solo, triste,
mi frente con el frente son sinónimos
y sobre mi mirada como llanto
se derriban los héroes, caen hundidos
por el abismo verde de mi cara.
Yo sé que estoy desierto, que estoy solo,
que el frente paralelo de mi frente
desdeña mi dolor y me acompaña.
Ante el glorioso círculo de fuego
nada puedo evocar, nada ni a nadie.
No hay recuerdo, placer, antes vivido,
que pueda rescatar de mi pasado.
No hay ausencia, ni historia, ni esperanza
que con engaño colme mi agonía.
Aquí en Madrid, delante de la muerte
mi corazón pequeño guarda oscuro
un amor que me duele que no puedo
ni siquiera mostrarlo en esta noche
ante este inmenso campo de heroísmo.



TUS PALABRAS

Apoyada en mi hombro
eres mi ala derecha.
Como si desplegaras
tus suaves plumas negras,
tus palabras a un cielo
blanquísimo me elevan.
Exaltación. Silencio.
Sentado estoy a mi mesa,
sangrándome la espalda,
doliéndome tu ausencia.

 PARA ALCANZAR LA LUZ

Dicen que soy un ángel
y, peldaño a peldaño,
para alcanzar la luz
tengo que usar las piernas.
Cansado de subir, a veces ruedo
(tal vez serán los pliegues de mi túnica),
pero un ángel rodando no es un ángel
si no tiene el honor de llegar al abismo.
Y lo que yo encontré en mi mayor caída
era blando, brillante;
recuerdo su perfume,
su malsano deleite.
Desperté y ahora quiero
encontrar la escalera,
para subir sin alas
poco a poco a mi muerte.

 FIN DE UN AMOR

No sé si es que cumplió ya su destino,
si alcanzó perfección o si acabado
este amor a su límite ha llegado
sin dar un paso más en su camino.
Aún le miro subir, de donde vino,
a la alta cumbre donde ha terminado
su penosa ascensión. Tal ha quedado
estático un amor tan peregrino.
No me resigno a dar la despedida
a tan altivo y firme sentimiento
que tanto impulso y luz diera a mi vida.
No es culminación lo que lamento.
Su culminar no causa la partida,
la causará, tal vez, su acabamiento.

 LA VOZ CRUEL

A Octavio Paz


Alzan la voz cruel
quienes no vieron el paisaje,
los que empujaron por el declive pedregoso
la carne ajena,
quienes debieron ser almas de todos
y se arrancaban de ellos mismos
cuerpos parásitos
para despeñarlos.
Mil muertos de sus vidas brotaban,
mil muertos solitarios
que miraban desde el suelo,
durante el último viaje,
la colosal estatua a la injusticia.
No eran muertos,
eran oprimidos,
seres aplastados,
ramas cortadas de un amante o de un padre,
seres conducidos por un deseo imposible,
topos de vicio
que no hallarán la luz
por sus turbias y blandas galerías.
Alzan la voz cruel
quienes no vieron el paisaje,
los que triunfaron
por la paz interior de sus mentiras.
¡Oh mundo desigual!
Mis ojos lloren
el dolor, la maldad:
la verdad humana.

 MIS PRISIONES

Sentirse solo en medio de la vida
casi es reinar, pero sentirse solo
en medio del olvido, en el oscuro
campo de un corazón, es estar preso,
sin que siquiera una avecilla trine
para darme noticias de la aurora.
Y el estar preso en varios corazones,
sin alcanzar conciencia de cuál sea
la verdadera cárcel de mi alma,
ser el centro de opuestas voluntades,
si no es morir, es envidiar la muerte.

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