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viernes, 5 de marzo de 2010

POEMAS DE LUIS CERNUDA




Nació en Sevilla en 1902 y murió en Ciudad de México en 1963. Hoy en día es considerado por la crítica especializada y por los poetas españoles de la actualidad como una de las voces más importantes de la poesía escrita en lengua española durante todo el siglo veinte. Abandonó España en 1938 para establecerse en Gran Bretaña. Fue lector de la Universidad de Toulouse (Francia). En 1947 viaja a los Estados Unidos donde vive hasta 1952 para luego trasladarse a México hasta la fecha de su muerte. Figura polémica, no solo destacó por su extraordinaria poesía sino por su labor ensayística donde es menester señalar: Variaciones sobre tema mexicano (1952), Estudios sobre poesía española contemporánea (1953), Pensamiento poético en la lírica inglesa. Siglo XIX (1958) y Poesía y Literatura (1960). Dentro de su obra poética sus libros mas relevantes son: Perfil del aire (1927), Donde habite el olvido (1935), La realidad y el deseo (1936, 1940,1958), Las nubes (1943), Como quien espera al alba (1947), Poemas para un cuerpo (1961) y Desolación de la quimera (1962). En prosa publicó Ocnos (1942, 1949) y Tres narraciones (1948).




ELEGÍA ESPAÑOLA.
1937


Dime, háblame
Tú, esencia misteriosa
De nuestra raza
Tras de tantos siglos,
Hálito creador
De los hombres hoy vivos,
A quienes veo laborados del odio
Hasta alzar con su esfuerzo
La muerte como paisaje de tu vida.


Cuando la antigua primavera
Vuelve a tejer su encanto
Sobre tu cuerpo inmenso,
¿Cuál ave hallará nido
Y qué savia una rama
Donde brotar con verde impulso?
¿Qué rayo de la luz alegre,
Qué nube sobre el campo solitario,
Hallarán agua, cristal de viejo hogar en calma
Donde reflejen su irisado juego?


Háblame, madre;
Y al llamarte así, digo
Que ninguna mujer lo fue de nadie
Como tú lo eres mía.
Háblame, dime
Una sola palabra en estos lentos días,
En lo días informes
Que frente a ti se esgrimen
Como amargo cuchillo
Entre las manos de tus propios hijos.


No te alejes así, ensimismada
Bajo los largos velos cenicientos
Que nos niegan tus ojos anchos bellos.
esas flores caídas,
Pétalos rotos entre sangre y lodo,
En tus manos estaban luciendo eternamente
Desde siglos atrás, cuando mi vida
Era un sueño en la mente de los dioses.


Eres tú, son tus ojos lo que busca
Quien te llama luchando con la muerte,
A ti, remota y enigmática
Madre de tantas almas idas
Que te legaron, con un fulgor de clara piedra,
Su afán de eternidad cifrado en hermosura.


Pero no eres tan sólo
Dueña de afanes muertos;
Tierna, amorosa has sido con nuestro afán viviente,
Compasiva ante nuestra desdicha de efímeros.
¿Supiste acaso si de ti éramos dignos?


Contempla ahora a través de las lágrimas:
Mira cuántos traidores,
Mira cuántos cobardes
Lejos de ti en fuga vergonzosa,
Renegando tu nombre y tu regazo,
Cuando a tus pies, mientras la larga espera,
Si desde el suelo alzamos hacia ti la mirada
Tus hijos oscuramente sienten
La recompensa de estas horas fatídicas.


No sabe qué es la vida
Quien jamás alentó bajo la guerra.
Ella sobre nosotros sus densas alas cierne
y oigo su silbido helado
Y veo los bruscos muertos
Caer sobre la hierba calcinada,
Mientras el cuerpo mío
Sufre y lucha con unos enfrente de esos otros.


No sé qué tiembla y muere en mí
Al verte así dolida y solitaria.
En ruinas los claros dones
De tus hijos a través de los siglos,
Porque mucho he amado tu pasado,
Resplandor victorioso entre sombra y olvido.


Tu pasado eres tú
Y al mismo tiempo eres
La aurora que aún no alumbra nuestros campos.
Tú sola sobrevives,
Aunque venga la muerte
Sólo en ti está la fuerza
De hacernos esperar a ciegas el futuro.


Que por encima de estos y esos muertos
Y encima de estos y esos vivos que combaten
Algo advierte que tú sufres con todos;
Y su odio, su crueldad, su lucha,
Ante ti vanos son como sus vidas,
Porque tú eres eterna
Y sólo los creaste
Para la paz y gloria de su estirpe,




NOCHE DE LUNA




Vida tras vida, fueron
olvidando los hombres
aquella diosa virgen
que misteriosamente, desde el cielo,
con amor apacible
asiste a sus vigilias
en el silencio dulce de las noches.


Ella ha sido quien viera a los abuelos
remotos, cuando abordan
en sus pintados barcos,
y ágiles y desnudos se apoderan
con un trémulo imperio de esta tierra,
así como el amante
arrebata y penetra el cuerpo amado.


Sus trabajos vio luego, sus habitaciones,
y otros seres menudos,
inhábiles, gritando entre los brazos
de los denominadores, y sus mujeres lánguidas
sonreír débilmente a la raza naciente.


Miró sus largas guerras
con pueblos enemigos
y el azote sagrado
de luchas fratricidas;
contempló esclavitudes y triunfos,
prostituciones, crímenes,
prosperidad, traiciones,
el sordo griterío,
todo el horror humano que salva la hermosura,
y con ella la calma,
la paz donde brota la historia.


También miró el arado
con el siervo pasando
sobre el antiguo campo de batalla,
fertilizado por tanto cuerpo joven;
y en ese mismo suelo ha visto correr luego
el orgulloso dueño sobre caballos recios,
mientras la hierba, ortiga y cardo
brotaban por las vastas propiedades.


Cuán sangre ha corrido
ante el destino intacto de la diosa.
Cuán semen viril
vio surgir entre espasmos
de cuerpos hoy deshechos
en el viento y el polvo,
cuyos átomos yerran en leves nubes grises,
velando el embeleso de vasta descendencia
su tranquilo semblante compasivo.


Cuán claras ruinas,
con jaramago apenas adornadas,
como fuertes castillos un día las ha visto;
piedras más elocuentes que los siglos,
antes holladas por el paso leve
de esbeltas cazadoras, un neblí sobre el puño,
oblicua la mirada soñolienta
entre un aburrimiento y un amor clandestino.


Sombras, sombras efímeras,
en tanto ella, adolescente
como en los prados de la edad de oro,
vierte, azulada urna,
su embeleso letal
sobre nuevos cuerpos oscuros
que la primavera enfebrece
con agudos perfumes vegetales.


Allá tras de las torres, su reflejo
delata la presencia del mar,
mientras los hombres solitarios duermen
inermes en su lecho y confiados.
Los enemigos yacen confundidos.
Algo inmenso reposa, aunque la muerte aceche.
Y el mágico reflejo entre los árboles
permite al soñador abandonarse al canto,
al placer y al reposo,
a lo que siendo efímero se sueña como eterno.




Mas una noche, al contemplar la antigua
morada de los hombres, sólo ha de ver allá
ese reflejo de su dulce fulgor,
mudo y vacío entonces,
estéril tal su hermosura virginal;
sin que ningunos ojos humanos
hasta ella se alcen a través de las lágrimas,
definitivamente frente a frente
el silencio de un mundo que ha sido
y la pura belleza tranquila de la nada.




A UN POETA MUERTO
(F.G.L.)


Así como en la roca nunca vemos
La clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
No brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
Y azul en nuestro oscuro aire.


Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.


Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.


La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
Y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpos
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.


Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de tu vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.


Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
Con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento.


Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte,
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.


Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
Y entre tus propias gentes
Y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.


Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.


Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde del viento
Se lleve los sonidos entre juncos
Y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.


Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y luego le consuela a través de la muerte.


Como leve sonido:
hoja que roza un vidrio,
agua que acaricia unas guijas,
lluvia que besa una frente juvenil;


Como rápida caricia:
pie desnudo sobre el camino,
dedos que ensayan el primer amor,
sábanas tibias sobre el cuerpo solitario;


Como fugaz deseo:
seda brillante en la luz,
esbelto adolescente entrevisto,
lágrimas por ser más que un hombre;


Como esta vida que no es mía
y sin embargo es la mía,
como este afán sin nombre
que no me pertenece y sin embargo soy yo;


Como todo aquello que de cerca o de lejos
me roza, me besa, me hiere,
tu presencia está conmigo fuera y dentro,
es mi vida misma y no es mi vida,
así como una hoja y otra hoja
son la apariencia del viento que las lleva.


Como una vela sobre el mar
resume ese azulado afán que se levanta
hasta las estrellas futuras,
hecho escala de olas
por donde pies divinos descienden al abismo,
también tu forma misma,
ángel, demonio, sueño de un amor soñado,
resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba
hasta las nubes sus olas melancólicas.


Sintiendo todavía los pulsos de ese afán,
yo, el más enamorado,
en las orillas del amor,
sin que una luz me vea
definitivamente muerto o vivo,
contemplo sus olas y quisiera anegarme,
deseando perdidamente
descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma,
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.




CONTIGO


¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.


¿Mi gente?
Mi gente eres tú.


El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.


¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?




DIRÉ CÓMO NACISTEIS


Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,
Como nace un deseo sobre torres de espanto,
Amenazadores barrotes, hiel descolorida,
Noche petrificada a fuerza de puños,
Ante todos, incluso el más rebelde,
Apto solamente en la vida sin muros.


Corazas infranqueables, lanzas o puñales,
Todo es bueno si deforma un cuerpo;
Tu deseo es beber esas hojas lascivas
O dormir en esa agua acariciadora.
No importa;
Ya declaran tu espíritu impuro.


No importa la pureza, los dones que un destino
Levantó hacia las aves con manos imperecederas;
No importa la juventud, sueño más que hombre,
La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad
De un régimen caído.


Placeres prohibidos, planetas terrenales,
Miembros de mármol con sabor de estío,
Jugo de esponjas abandonadas por el mar,
Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.


Soledades altivas, coronas derribadas,
Libertades memorables, manto de juventudes;
Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,
Es vil como un rey, como sombra de rey
Arrastrándose a los pies de la tierra
Para conseguir un trozo de vida.


No sabía los límites impuestos,
Límites de metal o papel,
Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
Adonde no llegan realidades vacías,
Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.


Extender entonces una mano
Es hallar una montaña que prohíbe,
Un bosque impenetrable que niega,
Un mar que traga adolescentes rebeldes.


Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,
Ávidos dientes sin carne todavía,
Amenazan abriendo sus torrentes,
De otro lado vosotros, placeres prohibidos,
Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita,
Tendéis en una mano el misterio.
Sabor que ninguna amargura corrompe,
Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.


Abajo, estatuas anónimas,
Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;
Una chispa de aquellos placeres
Brilla en la hora vengativa.
Su fulgor puede destruir vuestro mundo.



DONDE HABITE EL OLVIDO


Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.


Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.


En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.


Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.


Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.


Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.



NO DECÍA PALABRAS

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

 ESTOY CANSADO

Estar cansado tiene plumas,
tiene plumas graciosas como un loro,
plumas que desde luego nunca vuelan,
mas balbucean igual que loro.
Estoy cansado de las casas,
prontamente en ruinas sin un gesto;
estoy cansado de las cosas,
con un latir de seda vueltas luego de espaldas.
Estoy cansado de estar vivo,
aunque más cansado sería el estar muerto;
estoy cansado del estar cansado
entre plumas ligeras sagazmente,
plumas del loro aquel tan familiar o triste,
el loro aquel del siempre estar cansado.

 QUISIERA ESTAR SOLO EN EL SUR

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.
El sur es un desierto que llora mientras canta,
y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos
abriendo un eco débil que vive lentamente.
En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.




[SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR LO QUE AMA]


Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.



EL RUISEÑOR SOBRE LA PIEDRA


Lirio sereno en piedra erguido
junto al huerto monástico pareces.
Ruiseñor claro entre pinos
que un canto silencioso levantara.
O fruto de Granada, recio afuera,
más propicio y jugoso en lo escondido.
Así Escorial, te mira mi recuerdo.
Si hacia los cielos anchos te alzas duro,
sobre al agua serena del estanque
hecho gracia sonríes. Y las nubes
coronan tus designios inmortales.
Recuerdo bien el sur donde el olivo crece
junto al mar claro y el cortijo blanco,
mas hoy va mi recuerdo más arriba, a la sierra
gris bajo el cielo azul, cubierta de pinares,
y allí encuentra regazo, alma con alma.
Mucho enseña el destierro de nuestra propia
tierra.
¿Qué saben de ella quienes la gobiernan?
¿Quienes obtienen de ella
fácil vivir con un social renombre?
De ella también somos sus hijos
oscuros. Como el mar, nos mira
que aguas son las que van perdidas a sus aguas,
y el cuerpo, que es de tierra, clama por su
tierra.


Porque me he perdido
en el tiempo lo mismo que en la vida,
sin cosa propia, fe ni gloria,
entre gentes ajenas
y sobre ajeno suelo
cuyo polvo no es el de mi cuerpo;
no con el pensamiento vuelto a lo pasado
no con la fiebre ilusa del futuro,
sino con el sosiego casi triste
de quien mira a lo lejos, del camino,
las tapias que de niño le guardaran
dorarse al sol caído de la tarde,
a ti Escorial, me vuelvo.


Hay quienes aman los cuerpos
y aquellos que las almas aman.
Hay también los enamorados de las sombras
como poder y gloria. O quienes aman
sólo a sí mismos. Yo también he amado
en otro tiempo alguna de esas cosas,
mas después me sentí a solas con la tierra,
y la amé, porque algo debe amarse
mientras dura la vida. Pero en la vida todo
huye cuando el amor quiere fijarlo.
Así también la tierra la he perdido,
y si hoy hablo de ti es buscando recuerdos
en el trágico ocio del poeta.


Tus muros no los miro
con mis ojos de tierra,
ni los tocan mis manos.
Están aquí dentro de mí, tan claros,
que con su luz borran la sombra
Nórdica donde estoy, y me devuelven
a la sierra granítica en que sueñas
inmóvil, por la verde frescura de los montes
brillando al sol como un acero limpio,
desnudo y puro tal de carne efímera,
pero tu entraña es dura, hermana de los dioses.


Eres alegre, con gozo mesurado
hecho de impulso y de recogimiento,
que no comprende el hombre si no ha sido
hermano de tus nubes y tus piedras.
Vivo estás como el aire
abierto de montaña,
como el verdor desnudo
de solitarias cimas,
como los hombres vivos
que te hicieron un día,
alzando en ti la imagen
de la alegría humana,
dura porque no pase,
muda porque es un sueño.


Agua esculpida eres,
música helada en piedra.
La roca te levanta
tal un ave en los aires:
piedra, columna, ala
erguida al sol, cantando
las palabras de un himno,
el himno de los hombres
que no supieron cosas útiles
y despreciaron cosas prácticas.
¿Qué es lo útil, lo práctico
sino la vieja hañagaza diabólica
de esclavizar al hombre
al infierno en el mundo?


Tú, hermosa imagen nuestra,
eres inútil, como el lirio
pero ¿cuáles ojos humanos
sabrían prescindir de una flor viva?
junto a una sola hoja de hierba
¿qué vale el horrible mundo práctico
y útil, pesadilla del norte,
vómito de la niebla y el fastidio?
Lo hermoso es lo que pasa
negándose a servir. Lo hermoso, lo que
amamos,
tu sabes que es un sueño y que por eso
es más hermoso aún para nosotros.


Tú conoces las horas
largas del ocio dulce,
pasadas en vivir de cara al cielo
cantando el mundo bello, obra divina,
con voz que nadie oye
ni busca aplauso humano,
como el ruiseñor canta
en la noche de estío,
porque su sino quiere
que cante, porque su amor le impulsa.
Y en la gloria nocturna
divinamente solo
sube su canto puro a las estrellas.


Así te canto ahora, porque eres
alegre, con trágica alegría
titánica de piedras que enlaza la armonía,
al coro de montañas sujetándola.
Porque eres la vida misma
nuestra, mas no perecedera,
sino eterna, con sus tercos anhelos
conseguidos por siempre y nuevos siempre
bajo una luz sin sombras.
Y si tu imagen tiembla en las aguas tendidas,
es tan sólo una imagen;
y si el tiempo nos lleva, ahogando tanto afán
insatisfecho,
es sólo como un sueño,
que ha de vivir tu voluntad de piedra,
ha de vivir, y nosotros contigo.

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